Cuando nos quedamos dormidos, los párpados se caen y la pesada mochila del diario ajetreo
nos compra boletos para una obertura de desconocidos canales; atravesamos ese pequeño
umbral y comenzamos a deambular por esa autopista que, como si fuera una intermitente
ruta de imágenes variopintas, nos indica que la función ha comenzado.
En ocasiones, esta se presenta carente de masa y el hilo conductor se asemeja a la soga que
envuelve un trompo; nos volvemos un espiral, un remolino que nos bombardea con apariencias,
destellos de realidad que moldeados por este carrusel que denominamos memoria, nos sitúa en
escena.
Sabemos que un árbol es un árbol porque desde tempranos tiempos asociamos ramas y
follaje, fruto y semilla.
Por eso cuando navegamos en el mar de la opacidad, el filo de lo concreto se torna en un
aliado indispensable para forjar esa materialidad, para que el constructor del sueño esté operando
con todas sus herramientas y pueda edificar esos paisajes en la profundidad de nuestra
conciencia.
Pero…
¿Te has preguntado qué pasaría si careces de estos elementos?
¿Te has cuestionado qué soñarías si no tuvieras a mano esas referencias?
Esa pregunta me la hice hace años y aunque el avance del calendario ha establecido una
cantidad importante de tiempo, esa inquietud no dejó de revolotear en mi cabeza. Elaboré
un plan, lo seguí al dedillo, punto por punto y como estrategia comencé a seguirlos, deambulé
por las calles buscando la instancia para poder percibirlos. Establecí ciertas rutinas para
esperarlos, para estudiar sus movimientos, para capturar cada gesto, cada código, esperando
apresar ese guiño que me diera una cierta luz para entender el entorno de sus sombras.
Gabriel Pérez Mardones